lunes, 15 de junio de 2009

Cosmos...

Vienen y van, en un vaivén tan suave que apenas es perceptible. Pasan rozándome la piel, dejando tras de si una huella aterciopelada que cubre mis pensamientos.

Por momentos dejan ver pequeñas motas iluminadas de un intenso color blanco, luciérnagas que, inmóviles, juegan a esconderse entre risas y susurros detrás de unas nubes algodonosas.

Un enorme foco blanco, manchado de océano, ilumina el escenario. Parece sereno, inmutable, casi recuerda a una madrastra de cuentos de hadas, diciéndole a las pequeñas luciérnagas que dejen de reír y jugar, que sigan salpicando de luz el firmamento. Pero ellas se divierten, haciendo que los pensamientos aterciopelados consigan levitar sobre la hierba, despojándose de sí mismos y tartamudeando a un tiempo, dejando debajo algo insignificativo que ha logrado sobrevivir a la inmensidad a duras penas.



Sin ti y sin mí el universo es sencillo,

gobernado con la regularidad de una cárcel.

Las galaxias giran por unos arcos estipulados,

las estrellas desaparecen a la hora indicada,

los cuervos vuelan hacia el sur y los monos están en celo cuando toca.

Por nosotros, a quienes el cosmos moldeó durante miles de millones de años

para encajar en este lugar, sabemos que fracasó.

Porque podemos cambiar nuestro molde,

alargar un brazo por entre los barrotes

y, como Escher, sacarnos.

Y mientras las ballenas

están eternamente confinadas en los mares,

ascendemos por las olas,

y miramos la tierra desde las nubes.

Look Down from Clouds, Marvin Levine.



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